BLOG DE RELATOS Y POESÍA.
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viernes, 3 de junio de 2016
BLOG DE RELATOS Y POESÍA.: EXTRAÑA FIGURA
BLOG DE RELATOS Y POESÍA.: EXTRAÑA FIGURA: Para un fin de semana, muy de mañana por cierto, salí de mi casa con el ánimo de caminar y, por supuesto, de recrear un poco mi vista en ob...
miércoles, 30 de diciembre de 2015
viernes, 11 de diciembre de 2015
UN SUCESO INOLVIDABLE
Durante varias décadas de la historia educativa de mi
país, en la mayoría de colegios públicos como privados, los Padres de Familia insinuaban
a los profesores, impusieran a sus hijos, ciertos y determinados castigos
cuando éstos no cumpliesen en forma correcta con las normas académicas y
disciplinarias establecidas en el
Reglamento del Colegio y especialmente aquellas que se referían a los deberes y
derechos allí consagrados.
Por el año de 1971, un día de tantos del mes de abril,
en el horario de la mañana, el señor Ernesto Aguilar, fue nombrado a comienzos
de año para que se desempeñara como docente; fue un gran compañero, así, yo lo creía.
Joven, buen trabajador, cumplidor de su deber, recién egresado de la
Universidad; es decir, un completo primíparo en el oficio docente. Fue
designado por la Rectoría para que dictara aquellas materias que para muchos,
eran pura costura como el dibujo, la
caligrafía, el canto, las manualidades y otras, que por fortuna, hoy, algunas
han cambiado de nombre; son materias importantes y se han convertido de gran
ayuda para el fomento de avanzados negocios
en artes y oficios.
El profesor Aguilar, fue asignado para dictar sus
clases, sólo en los grados inferiores;
y, por supuesto, se le presentaron innumerables dificultades con sus alumnos
debido a la inexperiencia pedagógica y a la falta de diálogo permanente con sus
discípulos.
De repente, se presentó una pequeña discusión en la
clase de Dibujo entre el alumno Samuel Alvarado y el docente; El estudiante,
como venía cometiendo equivocaciones seguidas en dicha materia, y como el
profesor era demasiado exigente para que los trabajos quedaran perfectos, siempre le hacía repetir
los ejercicios; Samuel, muy callado, con la mirada fija hacia el superior, no
dudó un instante en elaborar un retrato del mismo; le quedó tan exacto, que se
lo mostró a sus compañeros y rápidamente lo identificaron.
Era el profesor Aguilar; no había duda. Todo fue risas
y desorden en ese momento. El docente, tomó la hoja; y al reconocerse, pegó un
grito lastimero y ensordecedor, porque tenía que hacerlo; todos quedaron como
mudos; el profe, se dirigió a Samuel, le colocó su mano derecha en el hombro
izquierdo, y, sin ton ni son, lo invitó muy amablemente según comentario de los
alumnos, para que durante los 30 minutos del descanso, le cumpliera el castigo
físico que consistía en hacer ejercicios con las manos sobre la nuca, saltando,
con el cuerpo inclinado, y sin descansar, hasta que tocaran la campana para
entrar nuevamente a los respectivos salones de clase.
Llegó el momento. Samuel estaba cumpliendo su castigo;
risas van, risas vienen; se sigue el desorden pero ya era de todo el colegio y mientras
éste cumplía con el castigo, se acercó al docente un alumno muy imprudente de quinto grado, hoy, décimo grado, y le
dijo al profesor con esa pasmosa tranquilidad:
_Oiga profe, ¿Usted por qué no me permite que yo
continúe el castigo por mi amigo Samuel, que lo noto un poco cansado? El
profesor se quedó mirando al alumno; pensó un momento y luego le respondió:
_"Sí, no hay problema; _Samuel ha cumplido con un 60% del castigo y usted lo
puede terminar_". El profesor Aguilar, quizás en ese momento, y, por la
inminente amenaza del alumno, sintió miedo; fue muy prudente y de ahí, esa
respuesta sin sentido.
Inmediatamente, el alumno miró al profesor con
desprecio; yo diría, que con mucho odio. En ese momento, Andrés le lanzó
tremendo golpe a la cara que justo, los libros del profesor, cayeron a un
estanque repleto de agua; estos se dañaron; el profesor quedó muy mal; al
prestarle el auxilio, notamos que él arrojaba mucha sangre de la nariz; de
inmediato unos profesores y alumnos lo levantaron y se lo llevaron rápido a la
Clínica de Seguros de la Avenida 30 de
Bogotá, no recuerdo exactamente el número de la calle.
Las personas que nos quedamos, presenciamos cómo el
alumno, caminaba por los pasillos del
colegio y lo hacía como un loco, gritaba arengas contra los profesores y el
colegio, diciendo cosas incoherentes y muy desagradables para la comunidad
educativa.
El Coordinador, apurado, ordenó entrar a los alumnos a
las aulas, pero todo fue una algarabía y un caos tremendo porque nadie quería
hacer caso. Por fin, aceptaron los alumnos de los grados superiores y los
demás, tomaron el ejemplo y siguieron a los respectivos salones. El Rector,
propietario del colegio privado, cuyo nombre me reservo, no sé si exista, que
para colmo de males, este señor es un abogado, militar retirado de la Policía
en el grado de Capitán, que al enterarse bien de lo acontecido, justo en el
momento del suceso, él se encontraba por fuera del Establecimiento, no tuvo
otro inconveniente que entrar de una, al salón y con base en todo lo que ya
sabía, preguntó a los alumnos: _”Quiero que me respondan con el corazón y el
alma: _¿Están todos ustedes de acuerdo con la actitud tomada por Andrés, su
compañero”? Los alumnos en coro, le respondieron unánimemente que apoyaban al
alumno y compañero de clase.
El Rector, al oír esto, no tuvo otra alternativa que
decir: _”Bien: todos ustedes quedan desde este mismo momento, despedidos de mi
Establecimiento porque para mí y por encima de todo, prima la conservación de la buena disciplina ya que
esa clase de procedimientos como los que ustedes tuvieron que observar hace unos pocos
minutos, no los puedo aceptar, mucho menos tolerar”. Las mujeres,
que eran pocas, se pusieron a llorar y los varones, a
renegar; y, por supuesto, a decir que se iban a quedar sin estudio ese año;
pero el rector, muy condescendiente, les manifestó que los podía ayudar para
que pudieran ingresar a otros colegios sin perder su año lectivo; unos
aceptaron, otros no. Ese año, no hubo quinto de Bachillerato y por supuesto, al
siguiente año, grados.
El profesor Aguilar, sufrió rotura de tabique. El
rector, lo retiró del colegio para evitar complicaciones con los padres de
familia. El alumno, fue demandado por el profesor Aguilar y pagó condena en una
cárcel de menores y por ese doble delito le fijaron ocho meses de prisión.
El rector, por su posición tomada, en forma enérgica y
ejemplar, fue felicitado por sus superiores y las comunidades educativas del
distrito.
Con la nueva Constitución, la expedición de leyes,
decretos, la promulgación de los derechos humanos, el Código del Menor, los
derechos del niño, el manual de convivencia y otras medidas reglamentarias, se
fijan parámetros precisos que amparan al menor en todos los campos de la justicia social.
Hoy 44 años después, la educación colombiana ha
evolucionado ostensiblemente en principios morales y valores éticos como
también en conocimientos técnicos y científicos.
MIBECAR
SENTIMIENTOS DE AMOR
Decir que puedo vivir sin ti,
Es vanagloriarme sin sentido
Porque en el fondo de mi alma,
Hay una llama viva
Que arde y que calcina
Como una loca pasión
Que envuelve todo mi ser.
Tú no puedes apartar de mí
Este sentimiento de amor;
Más bien, escojas en tu noble corazón
Un rinconcito humilde,
Donde pueda anidar mi alma
Y que al juntarse con la tuya,
Vivamos con la inocencia
De un amor puro,
Para que seamos tú y yo,
Eternamente muy felices
Tal como lo quiere Dios.
MIBECAR.
viernes, 4 de diciembre de 2015
TERROR A LOS ESPANTOS
Uno de mis mejores amigos de infancia, llamado Tomás,
que por aquello del destino, empezó con algunos malos tropiezos en su vida de
adolescente, diría yo, porque siendo hijo de padres con excelentes virtudes,
quienes imprimieron a sus hijos como todo
buen protector lo haría, óptimos sentimientos de amor y comprensión
hacia los semejantes y superiores como también de aquellos principios y valores
que conducen siempre al respeto de la dignidad humana, a la honestidad,
responsabilidad y otros muchos.
Tomás fue creciendo en un ambiente muy sano de mucha
camaradería; sus amigos y yo, nos encariñamos tanto con él, que a veces, cuando
se le presentaban dificultades económicas o de otra índole, oportunamente le
tendíamos la mano. A mi amigo, le encantaba el estudio y era muy puntual como
colegial y nunca se le veía de mal humor.
Pero por cosas del destino, lo repito, tuvo que
retirarse del colegio cuando estaba a un paso de terminar su secundaria, para
dedicarse a laborar en una gran fábrica de muebles, de tantas que habían en la ciudad y que bien
mal le recomendaron, en donde, seguramente, encontró peores amistades que lo
condujeron al trago y a las malas acciones. En muy corto tiempo, empezó a
visitar los billares, prostíbulos y sitios no muy recomendables, es decir, de
pésima reputación y cuanto centavo recibía de su humilde empleo, de un tajo, lo
gastaba en toda clase de vicios como así lo pensaba yo.
Sus padres ya estaban agotados de tanto sermón y
consejitos baratos, como Tomás les decía, en forma de reproche, y claro, su
Madre, Doña Rosalba, que día y noche, no paraba de rezar, para pedirle a Dios por
su protección y conversión.
Tomás levantaba la voz a sus progenitores por cualquier
cosa que le dijeran; de una, salía de la casa renegando y todas las noches,
llegaba casi al amanecer, todo borracho, haciendo escándalo y si no le abrían
la puerta rápido, la cogía a golpes; era una gran desgracia este muchacho. Así
pasaron unos cuantos meses y todo seguía igual. No se sabe si fue el de arriba,
el que se dolió de doña Rosalba, por sus ruegos, que una noche de tantas,
cuando la ciudad quedó en tinieblas, que llovía sin piedad, en medio de
relámpagos y ruidosos truenos, Tomás, así y todo, salió del billar; por fortuna
y para que se diera perfecta cuenta de lo que irremediablemente le iba a
suceder esa noche, no tomó y se encontraba en su justo juicio.
_Ahora, ¿Qué hago? Decía. _Las calles están muy oscuras
pero así, tengo que llegar a la casa; no sé cómo pero tengo que llegar. Decía.
Tomás necesariamente debía pasar por una calle muy peligrosa y a lo lejos, él
divisó movimientos extraños y manifestaba para sí: _¡Que Dios me guíe! Tomás
caminaba lento, a paso de tortuga; fue
adentrándose poco a poco y al llegar a
un sitio muy estratégico, vio a un lado de la calle un ataúd muy
desproporcionado y dentro de él, a una mujer que estaba de pie, con las manos
extendidas, alta, de cabellos largos, vestida de blanco y sobre su cabeza, una
corona que arrojaba cintas de luz muy fuertes que le caían directo a sus ojos
para encandilarlo una y otra vez.
Tomás,
desesperado, se llenó de pánico y terror y con voz quebrada dijo: _En nombre de
Dios, Todopoderoso, ¿Qué quieres? Y la mujer, con movimientos demasiado toscos
de cabeza, que giraba de izquierda a derecha, le daba a entender que no quería
nada de él; y visto esto, al cobarde del Tomás, le faltaron patotas para correr;
y cuando él llevaba la mirada atrás, siempre veía a ese tortuoso y malqueriente
espanto; y, por supuesto, al llegar a su casa, golpeó fuertemente en la puerta,
pero esa noche como cosa rara, sus padres no le abrieron, se desplomó
bruscamente y cayó al suelo. Tomás, del tremendo susto, perdió momentáneamente
su voz.
Sus padres, al ver que no se escuchaba ruido alguno,
salieron y lo primero que vieron fue a su hijo tendido en el suelo, vuelto una
miseria o piltrafa humana, porque, _¡cómo les parece!, así lo pensaba yo, que
él se había orinado y hecho popó en sus pantalones llenos de barro, rotos y
como cosa bien rara, no olía a trago. Lo
levantaron, lo asearon, le pusieron ropa limpia y lo acostaron; se quedó
profundamente dormido; al buen rato, despertó todo abrumado y sin mencionar
palabra; le sirvieron el almuerzo; comió poco; muy pensativo quizás, por lo que
le había sucedido. Sus padres lo interrogaron pero él sólo respondía: _¡Nada,
papá…! ¡Nada mamá...!
Tomás prefirió callar por muchos años. En cambio, su
actitud de ahí en adelante, fue excelente. Se convirtió en un hijo noble, de
buenos sentimientos, nunca volvió a visitar en la noche, ningún establecimiento
de perversión. Recuperó la amistad de sus antiguos amigos de colegio quienes conservaron
sus buenos principios, le colaboraron para que terminara la secundaria y con
sacrificio, Tomás, se hizo profesional, se dedicó a los negocios y a servir a
los más necesitados de su barrio.
MIBECAR.
martes, 1 de diciembre de 2015
EXTRAÑA FIGURA
Para un fin de semana, muy de mañana por cierto, salí
de mi casa con el ánimo de caminar y, por supuesto, de recrear un poco mi vista
en observar el majestuoso nevado del Ruiz que queda asentado en la cima del
nudo montañoso entre los departamentos de Caldas y Tolima.
De regreso a casa, me detuve por unos cuantos minutos,
para admirar la inmensidad del cielo resplandeciente como el mismísimo brillo
plateado del hermoso nevado que había dejado atrás; cuando de repente, como ave
veloz, muy alto y sobre mi cabeza, vi pasar con extrañeza, la rara figura de
una persona con las manos extendidas hacia adelante, para cortar el aire y con
los pies, iba empujando su tronco para agilizar su mágico viaje. Por momentos
creí que era el propio Batman, pero no; era otra cosa fantasmal.
En su espalda llevaba atada una tula grande que me dejó
sorprendido; pensé que podría ser un pequeño propulsor, pero no; cuando se
acercó a la vereda “La Estancia”, empezó a descender en forma circular hasta
llegar al lugar indicado. Yo, como todo un niño inquieto por saber qué diablos
era esa rara cosa, corrí como nunca y bajé a dicho lugar, no sé cómo, pero
llegué. Me di cuenta que era como un robot gigante; no hablaba pero eso sí, él
iba entregando a cada niño, un paquete lleno de regalos, así, yo lo imaginaba,
porque era la época navideña y esa cosa, siempre acostumbraba llegar por esa fecha, según comentario de los
niños.
Tengo que admitir que sí sentí mucho miedo cuando lo vi
porque tenía un cuerpo con cara de humano y lo más extraño de la vida, era que
de él brotaban luces muy hermosas, de diversos colores que iluminaban todo el
contorno y emitían unos sonidos de singular placidez.
Los habitantes lo consideraban un dios y le rendían
culto a esa extraña figura; así, yo lo pensaba. Pero lo más raro para mí, era
que ni ese bicho raro hablaba ni los niños le decían nada; ni siquiera las
gracias. Sería por mi presencia, así, yo lo imaginaba. Y los paquetes para más
sorpresa mía, no los quisieron destapar quizás para que yo no supiera su
contenido. Cuando todos quedaron satisfechos, esa cosa, lo único que recibió de los niños, fue una inclinación muy reverente
y profunda de la cabeza y parte del tronco y, en ese instante, ni los niños y
mucho menos yo, nos dimos cuenta cómo diablos esa cosa misteriosa desapareció
de nuestras vistas y de nuestras vidas.
Me despedí de los niños y esta es la hora que todavía
no he podido saber de qué se trataba el
maravilloso pero sugestivo encuentro y por qué los niños no habían comentado
este episodio a las personas de mi pueblo.
MIBECAR
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