Para un fin de semana, muy de mañana por cierto, salí
de mi casa con el ánimo de caminar y, por supuesto, de recrear un poco mi vista
en observar el majestuoso nevado del Ruiz que queda asentado en la cima del
nudo montañoso entre los departamentos de Caldas y Tolima.
De regreso a casa, me detuve por unos cuantos minutos,
para admirar la inmensidad del cielo resplandeciente como el mismísimo brillo
plateado del hermoso nevado que había dejado atrás; cuando de repente, como ave
veloz, muy alto y sobre mi cabeza, vi pasar con extrañeza, la rara figura de
una persona con las manos extendidas hacia adelante, para cortar el aire y con
los pies, iba empujando su tronco para agilizar su mágico viaje. Por momentos
creí que era el propio Batman, pero no; era otra cosa fantasmal.
En su espalda llevaba atada una tula grande que me dejó
sorprendido; pensé que podría ser un pequeño propulsor, pero no; cuando se
acercó a la vereda “La Estancia”, empezó a descender en forma circular hasta
llegar al lugar indicado. Yo, como todo un niño inquieto por saber qué diablos
era esa rara cosa, corrí como nunca y bajé a dicho lugar, no sé cómo, pero
llegué. Me di cuenta que era como un robot gigante; no hablaba pero eso sí, él
iba entregando a cada niño, un paquete lleno de regalos, así, yo lo imaginaba,
porque era la época navideña y esa cosa, siempre acostumbraba llegar por esa fecha, según comentario de los
niños.
Tengo que admitir que sí sentí mucho miedo cuando lo vi
porque tenía un cuerpo con cara de humano y lo más extraño de la vida, era que
de él brotaban luces muy hermosas, de diversos colores que iluminaban todo el
contorno y emitían unos sonidos de singular placidez.
Los habitantes lo consideraban un dios y le rendían
culto a esa extraña figura; así, yo lo pensaba. Pero lo más raro para mí, era
que ni ese bicho raro hablaba ni los niños le decían nada; ni siquiera las
gracias. Sería por mi presencia, así, yo lo imaginaba. Y los paquetes para más
sorpresa mía, no los quisieron destapar quizás para que yo no supiera su
contenido. Cuando todos quedaron satisfechos, esa cosa, lo único que recibió de los niños, fue una inclinación muy reverente
y profunda de la cabeza y parte del tronco y, en ese instante, ni los niños y
mucho menos yo, nos dimos cuenta cómo diablos esa cosa misteriosa desapareció
de nuestras vistas y de nuestras vidas.
Me despedí de los niños y esta es la hora que todavía
no he podido saber de qué se trataba el
maravilloso pero sugestivo encuentro y por qué los niños no habían comentado
este episodio a las personas de mi pueblo.
MIBECAR
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