viernes, 4 de diciembre de 2015

TERROR A LOS ESPANTOS

Uno de mis mejores amigos de infancia, llamado Tomás, que por aquello del destino, empezó con algunos malos tropiezos en su vida de adolescente, diría yo, porque siendo hijo de padres con excelentes virtudes, quienes imprimieron a sus hijos como todo  buen protector lo haría, óptimos sentimientos de amor y comprensión hacia los semejantes y superiores como también de aquellos principios y valores que conducen siempre al respeto de la dignidad humana, a la honestidad, responsabilidad y otros muchos.
Tomás fue creciendo en un ambiente muy sano de mucha camaradería; sus amigos y yo, nos encariñamos tanto con él, que a veces, cuando se le presentaban dificultades económicas o de otra índole, oportunamente le tendíamos la mano. A mi amigo, le encantaba el estudio y era muy puntual como colegial y nunca se le veía de mal humor.
Pero por cosas del destino, lo repito, tuvo que retirarse del colegio cuando estaba a un paso de terminar su secundaria, para dedicarse a laborar en una gran fábrica de muebles,  de tantas que habían en la ciudad y que bien mal le recomendaron, en donde, seguramente, encontró peores amistades que lo condujeron al trago y a las malas acciones. En muy corto tiempo, empezó a visitar los billares, prostíbulos y sitios no muy recomendables, es decir, de pésima reputación y cuanto centavo recibía de su humilde empleo, de un tajo, lo gastaba en toda clase de vicios como así lo pensaba yo.
Sus padres ya estaban agotados de tanto sermón y consejitos baratos, como Tomás les decía, en forma de reproche, y claro, su Madre, Doña Rosalba, que día y noche, no paraba de rezar, para pedirle a Dios por su protección y conversión.
Tomás levantaba la voz a sus progenitores por cualquier cosa que le dijeran; de una, salía de la casa renegando y todas las noches, llegaba casi al amanecer, todo borracho, haciendo escándalo y si no le abrían la puerta rápido, la cogía a golpes; era una gran desgracia este muchacho. Así pasaron unos cuantos meses y todo seguía igual. No se sabe si fue el de arriba, el que se dolió de doña Rosalba, por sus ruegos, que una noche de tantas, cuando la ciudad quedó en tinieblas, que llovía sin piedad, en medio de relámpagos y ruidosos truenos, Tomás, así y todo, salió del billar; por fortuna y para que se diera perfecta cuenta de lo que irremediablemente le iba a suceder esa noche, no tomó y se encontraba en su justo juicio.
_Ahora, ¿Qué hago? Decía. _Las calles están muy oscuras pero así, tengo que llegar a la casa; no sé cómo pero tengo que llegar. Decía. Tomás necesariamente debía pasar por una calle muy peligrosa y a lo lejos, él divisó movimientos extraños y manifestaba para sí: _¡Que Dios me guíe! Tomás caminaba lento, a paso de  tortuga; fue adentrándose  poco a poco y al llegar a un sitio muy estratégico, vio a un lado de la calle un ataúd muy desproporcionado y dentro de él, a una mujer que estaba de pie, con las manos extendidas, alta, de cabellos largos, vestida de blanco y sobre su cabeza, una corona que arrojaba cintas de luz muy fuertes que le caían directo a sus ojos para encandilarlo una y otra vez.
Tomás, desesperado, se llenó de pánico y terror y con voz quebrada dijo: _En nombre de Dios, Todopoderoso, ¿Qué quieres? Y la mujer, con movimientos demasiado toscos de cabeza, que giraba de izquierda a derecha, le daba a entender que no quería nada de él; y visto esto, al cobarde del Tomás, le faltaron patotas para correr; y cuando él llevaba la mirada atrás, siempre veía a ese tortuoso y malqueriente espanto; y, por supuesto, al llegar a su casa, golpeó fuertemente en la puerta, pero esa noche como cosa rara, sus padres no le abrieron, se desplomó bruscamente y cayó al suelo. Tomás, del tremendo susto, perdió momentáneamente su voz.
Sus padres, al ver que no se escuchaba ruido alguno, salieron y lo primero que vieron fue a su hijo tendido en el suelo, vuelto una miseria o piltrafa humana, porque, _¡cómo les parece!, así lo pensaba yo, que él se había orinado y hecho popó en sus pantalones llenos de barro, rotos y como cosa  bien rara, no olía a trago. Lo levantaron, lo asearon, le pusieron ropa limpia y lo acostaron; se quedó profundamente dormido; al buen rato, despertó todo abrumado y sin mencionar palabra; le sirvieron el almuerzo; comió poco; muy pensativo quizás, por lo que le había sucedido. Sus padres lo interrogaron pero él sólo respondía: _¡Nada, papá…! ¡Nada mamá...!
Tomás prefirió callar por muchos años. En cambio, su actitud de ahí en adelante, fue excelente. Se convirtió en un hijo noble, de buenos sentimientos, nunca volvió a visitar en la noche, ningún establecimiento de perversión. Recuperó la amistad de sus antiguos amigos de colegio quienes conservaron sus buenos principios, le colaboraron para que terminara la secundaria y con sacrificio, Tomás, se hizo profesional, se dedicó a los negocios y a servir a los más necesitados de su barrio.

MIBECAR.