viernes, 11 de diciembre de 2015

UN SUCESO INOLVIDABLE

Durante varias décadas de la historia educativa de mi país, en la mayoría de colegios públicos como privados, los Padres de Familia insinuaban a los profesores, impusieran a sus hijos, ciertos y determinados castigos cuando éstos no cumpliesen en forma correcta con las normas académicas y disciplinarias  establecidas en el Reglamento del Colegio y especialmente aquellas que se referían a los deberes y derechos allí consagrados.
Por el año de 1971, un día de tantos del mes de abril, en el horario de la mañana, el señor Ernesto Aguilar, fue nombrado a comienzos de año para que se desempeñara como docente; fue un gran compañero, así, yo lo creía. Joven, buen trabajador, cumplidor de su deber, recién egresado de la Universidad; es decir, un completo primíparo en el oficio docente. Fue designado por la Rectoría para que dictara aquellas materias que para muchos, eran  pura costura como el dibujo, la caligrafía, el canto, las manualidades y otras, que por fortuna, hoy, algunas han cambiado de nombre; son materias importantes y se han convertido de gran ayuda para el fomento de avanzados negocios  en artes y oficios.
El profesor Aguilar, fue asignado para dictar sus clases, sólo en los  grados inferiores; y, por supuesto, se le presentaron innumerables dificultades con sus alumnos debido a la inexperiencia pedagógica y a la falta de diálogo permanente con sus discípulos.
De repente, se presentó una pequeña discusión en la clase de Dibujo entre el alumno Samuel Alvarado y el docente; El estudiante, como venía cometiendo equivocaciones seguidas en dicha materia, y como el profesor era demasiado exigente para que los trabajos  quedaran perfectos, siempre le hacía repetir los ejercicios; Samuel, muy callado, con la mirada fija hacia el superior, no dudó un instante en elaborar un retrato del mismo; le quedó tan exacto, que se lo mostró a sus compañeros y rápidamente lo identificaron.
Era el profesor Aguilar; no había duda. Todo fue risas y desorden en ese momento. El docente, tomó la hoja; y al reconocerse, pegó un grito lastimero y ensordecedor, porque tenía que hacerlo; todos quedaron como mudos; el profe, se dirigió a Samuel, le colocó su mano derecha en el hombro izquierdo, y, sin ton ni son, lo invitó muy amablemente según comentario de los alumnos, para que durante los 30 minutos del descanso, le cumpliera el castigo físico que consistía en hacer ejercicios con las manos sobre la nuca, saltando, con el cuerpo inclinado, y sin descansar, hasta que tocaran la campana para entrar nuevamente a los respectivos salones de clase.
Llegó el momento. Samuel estaba cumpliendo su castigo; risas van, risas vienen; se sigue el desorden pero ya era de todo el colegio y mientras éste cumplía con el castigo, se acercó al docente un  alumno muy imprudente de quinto grado, hoy, décimo grado, y le dijo al profesor con esa pasmosa tranquilidad:
_Oiga profe, ¿Usted por qué no me permite que yo continúe el castigo por mi amigo Samuel, que lo noto un poco cansado? El profesor se quedó mirando al alumno; pensó un momento y luego le respondió: _"Sí, no hay problema; _Samuel ha cumplido con un 60% del castigo y usted lo puede terminar_". El profesor Aguilar, quizás en ese momento, y, por la inminente amenaza del alumno, sintió miedo; fue muy prudente y de ahí, esa respuesta sin sentido.
Inmediatamente, el alumno miró al profesor con desprecio; yo diría, que con mucho odio. En ese momento, Andrés le lanzó tremendo golpe a la cara que justo, los libros del profesor, cayeron a un estanque repleto de agua; estos se dañaron; el profesor quedó muy mal; al prestarle el auxilio, notamos que él arrojaba mucha sangre de la nariz; de inmediato unos profesores y alumnos lo levantaron y se lo llevaron rápido a la Clínica de Seguros  de la Avenida 30 de Bogotá, no recuerdo exactamente el número de la calle.
Las personas que nos quedamos, presenciamos cómo el alumno, caminaba  por los pasillos del colegio y lo hacía como un loco, gritaba arengas contra los profesores y el colegio, diciendo cosas incoherentes y muy desagradables para la comunidad educativa.
El Coordinador, apurado, ordenó entrar a los alumnos a las aulas, pero todo fue una algarabía y un caos tremendo porque nadie quería hacer caso. Por fin, aceptaron los alumnos de los grados superiores y los demás, tomaron el ejemplo y siguieron a los respectivos salones. El Rector, propietario del colegio privado, cuyo nombre me reservo, no sé si exista, que para colmo de males, este señor es un abogado, militar retirado de la Policía en el grado de Capitán, que al enterarse bien de lo acontecido, justo en el momento del suceso, él se encontraba por fuera del Establecimiento, no tuvo otro inconveniente que entrar de una, al salón y con base en todo lo que ya sabía, preguntó a los alumnos: _”Quiero que me respondan con el corazón y el alma: _¿Están todos ustedes de acuerdo con la actitud tomada por Andrés, su compañero”? Los alumnos en coro, le respondieron unánimemente que apoyaban al alumno y compañero de clase.
El Rector, al oír esto, no tuvo otra alternativa que decir: _”Bien: todos ustedes quedan desde este mismo momento, despedidos de mi Establecimiento porque para mí y por encima de todo, prima la  conservación de la buena disciplina ya que esa clase de procedimientos como los que ustedes  tuvieron que observar hace unos pocos minutos, no los puedo aceptar, mucho menos tolerar”. Las mujeres,
que eran pocas, se pusieron a llorar y los varones, a renegar; y, por supuesto, a decir que se iban a quedar sin estudio ese año; pero el rector, muy condescendiente, les manifestó que los podía ayudar para que pudieran ingresar a otros colegios sin perder su año lectivo; unos aceptaron, otros no. Ese año, no hubo quinto de Bachillerato y por supuesto, al siguiente año, grados.
El profesor Aguilar, sufrió rotura de tabique. El rector, lo retiró del colegio para evitar complicaciones con los padres de familia. El alumno, fue demandado por el profesor Aguilar y pagó condena en una cárcel de menores y por ese doble delito le fijaron ocho meses de prisión.
El rector, por su posición tomada, en forma enérgica y ejemplar, fue felicitado por sus superiores y las comunidades educativas del distrito.
Con la nueva Constitución, la expedición de leyes, decretos, la promulgación de los derechos humanos, el Código del Menor, los derechos del niño, el manual de convivencia y otras medidas reglamentarias, se fijan parámetros precisos que amparan al menor en todos los campos  de la justicia social.
Hoy 44 años después, la educación colombiana ha evolucionado ostensiblemente en principios morales y valores éticos como también en conocimientos técnicos y científicos.

MIBECAR

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