Durante varias décadas de la historia educativa de mi
país, en la mayoría de colegios públicos como privados, los Padres de Familia insinuaban
a los profesores, impusieran a sus hijos, ciertos y determinados castigos
cuando éstos no cumpliesen en forma correcta con las normas académicas y
disciplinarias establecidas en el
Reglamento del Colegio y especialmente aquellas que se referían a los deberes y
derechos allí consagrados.
Por el año de 1971, un día de tantos del mes de abril,
en el horario de la mañana, el señor Ernesto Aguilar, fue nombrado a comienzos
de año para que se desempeñara como docente; fue un gran compañero, así, yo lo creía.
Joven, buen trabajador, cumplidor de su deber, recién egresado de la
Universidad; es decir, un completo primíparo en el oficio docente. Fue
designado por la Rectoría para que dictara aquellas materias que para muchos,
eran pura costura como el dibujo, la
caligrafía, el canto, las manualidades y otras, que por fortuna, hoy, algunas
han cambiado de nombre; son materias importantes y se han convertido de gran
ayuda para el fomento de avanzados negocios
en artes y oficios.
El profesor Aguilar, fue asignado para dictar sus
clases, sólo en los grados inferiores;
y, por supuesto, se le presentaron innumerables dificultades con sus alumnos
debido a la inexperiencia pedagógica y a la falta de diálogo permanente con sus
discípulos.
De repente, se presentó una pequeña discusión en la
clase de Dibujo entre el alumno Samuel Alvarado y el docente; El estudiante,
como venía cometiendo equivocaciones seguidas en dicha materia, y como el
profesor era demasiado exigente para que los trabajos quedaran perfectos, siempre le hacía repetir
los ejercicios; Samuel, muy callado, con la mirada fija hacia el superior, no
dudó un instante en elaborar un retrato del mismo; le quedó tan exacto, que se
lo mostró a sus compañeros y rápidamente lo identificaron.
Era el profesor Aguilar; no había duda. Todo fue risas
y desorden en ese momento. El docente, tomó la hoja; y al reconocerse, pegó un
grito lastimero y ensordecedor, porque tenía que hacerlo; todos quedaron como
mudos; el profe, se dirigió a Samuel, le colocó su mano derecha en el hombro
izquierdo, y, sin ton ni son, lo invitó muy amablemente según comentario de los
alumnos, para que durante los 30 minutos del descanso, le cumpliera el castigo
físico que consistía en hacer ejercicios con las manos sobre la nuca, saltando,
con el cuerpo inclinado, y sin descansar, hasta que tocaran la campana para
entrar nuevamente a los respectivos salones de clase.
Llegó el momento. Samuel estaba cumpliendo su castigo;
risas van, risas vienen; se sigue el desorden pero ya era de todo el colegio y mientras
éste cumplía con el castigo, se acercó al docente un alumno muy imprudente de quinto grado, hoy, décimo grado, y le
dijo al profesor con esa pasmosa tranquilidad:
_Oiga profe, ¿Usted por qué no me permite que yo
continúe el castigo por mi amigo Samuel, que lo noto un poco cansado? El
profesor se quedó mirando al alumno; pensó un momento y luego le respondió:
_"Sí, no hay problema; _Samuel ha cumplido con un 60% del castigo y usted lo
puede terminar_". El profesor Aguilar, quizás en ese momento, y, por la
inminente amenaza del alumno, sintió miedo; fue muy prudente y de ahí, esa
respuesta sin sentido.
Inmediatamente, el alumno miró al profesor con
desprecio; yo diría, que con mucho odio. En ese momento, Andrés le lanzó
tremendo golpe a la cara que justo, los libros del profesor, cayeron a un
estanque repleto de agua; estos se dañaron; el profesor quedó muy mal; al
prestarle el auxilio, notamos que él arrojaba mucha sangre de la nariz; de
inmediato unos profesores y alumnos lo levantaron y se lo llevaron rápido a la
Clínica de Seguros de la Avenida 30 de
Bogotá, no recuerdo exactamente el número de la calle.
Las personas que nos quedamos, presenciamos cómo el
alumno, caminaba por los pasillos del
colegio y lo hacía como un loco, gritaba arengas contra los profesores y el
colegio, diciendo cosas incoherentes y muy desagradables para la comunidad
educativa.
El Coordinador, apurado, ordenó entrar a los alumnos a
las aulas, pero todo fue una algarabía y un caos tremendo porque nadie quería
hacer caso. Por fin, aceptaron los alumnos de los grados superiores y los
demás, tomaron el ejemplo y siguieron a los respectivos salones. El Rector,
propietario del colegio privado, cuyo nombre me reservo, no sé si exista, que
para colmo de males, este señor es un abogado, militar retirado de la Policía
en el grado de Capitán, que al enterarse bien de lo acontecido, justo en el
momento del suceso, él se encontraba por fuera del Establecimiento, no tuvo
otro inconveniente que entrar de una, al salón y con base en todo lo que ya
sabía, preguntó a los alumnos: _”Quiero que me respondan con el corazón y el
alma: _¿Están todos ustedes de acuerdo con la actitud tomada por Andrés, su
compañero”? Los alumnos en coro, le respondieron unánimemente que apoyaban al
alumno y compañero de clase.
El Rector, al oír esto, no tuvo otra alternativa que
decir: _”Bien: todos ustedes quedan desde este mismo momento, despedidos de mi
Establecimiento porque para mí y por encima de todo, prima la conservación de la buena disciplina ya que
esa clase de procedimientos como los que ustedes tuvieron que observar hace unos pocos
minutos, no los puedo aceptar, mucho menos tolerar”. Las mujeres,
que eran pocas, se pusieron a llorar y los varones, a
renegar; y, por supuesto, a decir que se iban a quedar sin estudio ese año;
pero el rector, muy condescendiente, les manifestó que los podía ayudar para
que pudieran ingresar a otros colegios sin perder su año lectivo; unos
aceptaron, otros no. Ese año, no hubo quinto de Bachillerato y por supuesto, al
siguiente año, grados.
El profesor Aguilar, sufrió rotura de tabique. El
rector, lo retiró del colegio para evitar complicaciones con los padres de
familia. El alumno, fue demandado por el profesor Aguilar y pagó condena en una
cárcel de menores y por ese doble delito le fijaron ocho meses de prisión.
El rector, por su posición tomada, en forma enérgica y
ejemplar, fue felicitado por sus superiores y las comunidades educativas del
distrito.
Con la nueva Constitución, la expedición de leyes,
decretos, la promulgación de los derechos humanos, el Código del Menor, los
derechos del niño, el manual de convivencia y otras medidas reglamentarias, se
fijan parámetros precisos que amparan al menor en todos los campos de la justicia social.
Hoy 44 años después, la educación colombiana ha
evolucionado ostensiblemente en principios morales y valores éticos como
también en conocimientos técnicos y científicos.
MIBECAR
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